“Han sido unos días terroríficos en el Hospital Universitario de Getafe. La semana pasada se inició con pacientes agolpados en las salas de espera de urgencias, esperando durante días que les llegara el ingreso, con los boxes con camillas para los más graves apiñadas. El otro día se murió un paciente a 30 centímetros de otro que le vio agonizar, sin un triste biombo entre ellos. Tardaron más de una hora en llevarse el cadáver. El mortuorio sigue saturado, aunque no hay datos de cuánta gente ha fallecido aquí”.
Este duro párrafo fue publicado el 30 de marzo pasado por www.getafecapital.cl, medio local que sintetizó cómo España, uno de los países más afectados por Coronavirus, enfrenta la pandemia. Pues bien, “El Amanecer de Lo Herrera” entrevistó en exclusiva a la doctora chilena María Teresa Espinoza (28 años), quien es parte de la unidad de Geriatría del colapsado Hospital Universitario de Getafe. Y lo hace aferrada a los cuidados más extremos como también a vestuario médico hecho con bolsas de basura. “Acá la gente se ha robado insumos y hemos tenido que improvisar”, adelanta.
Oriunda de Colina, la doctora responde el llamado del DELH saliendo de su turno y cuando el reloj marca las 22 horas en Madrid. Con una voz con mucha fuerza, tanto o más que el maldito virus, relata que “la mayoría de los pacientes hospitalizados que atendemos tienen Covid-19, quedan muy pocos que no lo tengan. La mayoría de las plantas del hospital ya son Covid-19, con tratamientos y todo. En Geriatría estamos a cargo de 130 pacientes y medicina interna tiene alrededor de 200”.
Desde el 2018 en tierras hispanas tras realizar sus estudios de Medicina en nuestro país, la especialista agrega que “la parte compleja de atender a adultos mayores, el sector de la población más vulnerable, es darles un tratamiento sin evidencia científica suficientemente fuerte, es decir, el tratamiento que les estamos entregando es algo ‘experimental’ en el sentido que hay algo de evidencia, pero no es 100% seguro de que funcione, y por eso uno pide el consentimiento a los pacientes”.
PRIORIZAR
Un sistema de salud colapsado por el contagio habla de no contar con los respiradores mecánicos para todos los pacientes, y eso le aprieta el pecho. “Si alguien se pone grave entre el séptimo y décimo día desde los primeros síntomas puede necesitar una ventilación de alto flujo, o incluso un ventilador, y eso significa ingresar a la UCI. Y lo que pasa es que desde urgencia hay muchos que esperan una cama, incluso acá llegamos a tener como 200 personas esperando una. Entonces, la UCI ha tenido que priorizar las atenciones, decidir quien está más grave y entregarle un ventilador. Por ejemplo, si hay tres personas (50, 70 y 80 años) esperando uno, claramente el de 80 años va a perder prioridad por su poca esperanza de vida”.
“Es tremendamente difícil llamar a los familiares y decirles que en otro momento epidemiológico, y no en esta crisis del Covid-19, su padre, hermano o mamá hubiera ingresado a la UCI.”, dice.
UNA BASURA
Otro drama que ha tenido que enfrentar María Teresa es la falta de recursos por inescrupulosos que han robado mascarillas y trajes de los doctores (scrap). “Rompen los lugares sellados y se llevan estas cosas, lo que provoca déficit de insumos. Hay días que llegan recursos pero otros no, pero no ha sido impedimento para atender pacientes. Debimos hacernos algunos trajes con bolsas de basura, y los tenemos guardados por si los llegásemos a necesitar de nuevo”, precisa.
La profesional de la salud convive a diario con la posibilidad de contagio, pero hasta el momento no ha tenido problemas. Claro que ha extremado el respeto a los protocolos. “Cuando llego al hospital me tengo que colocar el scrap, que es el típico traje de cirugía, y luego vamos a ver a los pacientes. Ahora, nos vamos turnando con los compañeros para entrar a las salas con infectados, no entras todos los días. Es una manera de evitar esa carga viral que tienen esos espacios. Ocupamos pantallas y mascarillas también”, agrega.
“No he presentado Coronavirus, nunca he tenido fiebre ni otros síntoma. Claro que tuve riesgos laborales porque atendí personas sin mascarillas y que luego dieron positivo, por lo que tuve vigilancia activa. Pero tengo compañeras infectadas y que ahora están en su casa recuperándose”, completa. Respecto de la vida de Madrid en tiempos de pandemia, María Teresa narra que “los centros comerciales están cerrados, menos las farmacias y los supermercados. El transporte también funciona pero hay poca gente, más allá de que a veces veo mucha. De hecho, yo mismo viajo en metrotren al hospital”.
QUINTA PATA AL GATO
Su conexión con Chile son sus amigos que trabajan acá, quienes “me cuentan que allá están esperando que llegue el peak del contagio, que de momento están expectantes y que en sus trabajos se turnan por semanas. Y en este sentido le pido a las personas en Chile que piensen que acá sufrimos con los colapsos en atención, y eso que la salud acá es mejor que en Chile. No pueden permitirse ver el sistema colapsado para recién tomar conciencia y los resguardos básicos”.
“Debe entender, por ejemplo, que debe lavarse constantemente las manos, no salir, y si lo hace, dejar los zapatos afuera de la casa y/o departamento. No esperen a tener que ver que las UCI prioricen por edad la atención, que fue lo que pasa acá en España e Italia. Hay mucha gente de 30, 40 y 50 años que igual han requerido tratamiento, no crean que el Coronavirus no los afectará. Hay que concientizarse que un familiar directo nuestro puede necesitar el respirador artificial y que los recursos médicos no son infinitos”, enfatiza.
“Acá costó que la gente entendiera la gravedad de la situación, y sólo lo hizo cuando declararon la alarma general. No salgan de sus casas, no le busquen ‘la quinta pata al gato’ para hacerlo. El virus queda en la superficie, en el asfalto. No hay que arriesgarse, no esperen que colapse todo para tomar esto en serio”, completa.
Cuando la jornada acaba en el hospital de la doctora chilena María Teresa, explica www.getafecapital.cl, “los funcionarios de la salud regresan a sus casas, agotados, pero también con una familia que les espera, que sufre también por ellos. La primera frase al llegar a casa es ‘no me abraces, voy a ducharme’. El temor a contagiar a sus familias es también una losa más, que se añade a los problemas que el confinamiento en sí tiene en cada casa, con los deberes de los niños o la necesidad de ocupar el tiempo para los más pequeños. ‘Estamos tomando pastillas para poder dormir’”.
DELH